domingo, 17 de octubre de 2010

Money, money, money more please

Wall street: el dinero nunca muere es una secuela del film de 1987 hablar de secuela suena a excesivo: la cinta no deja de ser un remake a lo grande de la anterior, cambiando algunos detalles pero manteniendo intacta la relación entre maestro y alumno (esta vez, Shia LaBeouf), el componente personal que mueve a uno y a otro o ese aroma a venganza que parece ser el único sentimiento por el que actúan los grandes empresarios. 
El propio director deambula por la misma senda recorrida en 1987, volviendo a un sinfín de artificios visuales vistos, muchos de ellos, en el primer “Wall Street”.

demasiados son los elementos que han salido mal, empezando por unos incomprensibles 131 minutos de duración, como para poder aprobar el examen.
Empecemos por una cuestión de base: una trama de corte económico, de por sí, puede hacerse muy cuesta arriba por importar un pimiento a la mayor parte del público. Si la primera parte evitaba el descalabro era a base de concentrar casi todos sus esfuerzos en tan peliaguda temática, obligando al espectador a hacerse con ella sí o sí.
En “El dinero nunca duerme”, en cambio, el guión juega en dos tableros netamente distintos. El primero sigue siendo el poco amigable terreno empresarial, que además suena a mucho ruido y pocas nueces siendo, de nuevo, un envoltorio demasiado complejo para un contenido más bien simple. Pero es que además, la película sigue los devaneos sentimentales de LaBeouf con Carey Mulligan, que resulta ser la hija de Gekko.
Puede tardarse más o menos, pero al final resulta inevitable percatarse de que “Wall Street: el dinero nunca duerme” no tiene nada que ofrecer, y su desfasado discurso sobre la crisis actual aporta tan poco que, para eso, mejor recuperar la anterior. Caprichosas curiosidades de la mediocridad cinematográfica, esa burbuja que sube por los cielos en los primeros compases del film -burda metáfora de la economía- es lo que acaba siendo la nueva intentona de Oliver Stone por recuperar su terreno perdido tiempo atrás: una película hinchada a base de aire, que no tarda en estallar para mostrar su nulo contenido.

Estefania vieyra Rivas

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