Es una historia de amor juvenil, llena de matices, de buenas intenciones. Cómo hacer un arte de la ilusión, cómo hacer de un detalle un mundo entero de fantasía, el motivo para mantener la felicidad de varias horas. Todo ese flirteo casi infantil queda reflejado con una ternura extrema en Camino a Casa, una preciosa película de ritmo lento, pero firme y sensual. Una obra de arte que nos demuestra cuán elocuentes pueden llegar a ser los silencios en el cine.
Yimou utiliza el flashback de manera muy original. En lugar de utilizar el color para el presente y el blanco y negro para el pasado, invierte la situación. El presente, dominado por la cercanía de la muerte, es lo átono, lo deprimente. Pero todos esos recuerdos llenos de pasión, de felicidad, están cargados de luz y de color.
la perfecta combinación de la fotografía, la plena significación de los colores vivos, la iluminación del Sol a lo largo de todas las estaciones y cómo el amor y el estado anímico influyen en todo lo anterior. Una verdadera maravilla visual que cuenta además con unos espléndidos exteriores, que no están para nada desligados de la historia. Es por eso que la parte en color es la que realmente encandila al espectador, y, en la última parte, el retorno al presente, se pierde un poco esa extraordinaria calidad, aunque sigue siendo una buena muestra de cine.
Las interpretaciones son también muy buenas. Sin ellas, posiblemente tampoco se habría podido expresar esa relación basada en las miradas, en las sonrisas y en la trémula presencia. Porque la timidez es el símbolo de la inocencia en el amor, y aquí es explotada como el colmo del romanticismo.
En definitiva, es ésta una preciosidad de película, que, aunque quizá es demasiado pronto para decirlo, permanecerá en la memoria del espectador como uno de esos filmes encantadores, uno de esos recuerdos dulcísimos que justifican el cine como parte inapelablemente ligada a nuestra propia vida.
Estefania Vieyra Rivas
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